— A veces, hay luz al final del túnel —
A los 5 días de saber que estaba embarazada tuve una hemorragia muy fuerte, fui al hospital y me dijeron que era muy probable que acabase perdiendo al embrión. Estaba embarazada de 5 semanas y no se podía saber si había un embrión dentro del saco placentario. Me dijeron que volviese la siguiente semana para ver si se podría ver y si había un embrión “vivo" o no.
A la semana fui con el miedo que os podéis imaginar. Me confirmaron que sí había embrión e incluso pude oír sus latidos, pero tenían malas noticias para mí, se había formado un hematoma justo encima del saco placentario que era del mismo tamaño y en cualquier momento podría desprenderse, por lo que me obligaron a estar en reposo absoluto hasta que el hematoma se absorbiera.
Estuve 10 semanas teniendo pérdidas de sangre. Todo parecía estar bien y yo no me sentía mal, no tuve nauseas, ni mareos, ni nada de esto durante todo el primer trimestre, pero emocionalmente sí que estaba mal, porque pensaba que en cualquier momento podría perder al bebé…
A la semana 16 todo iba bien y podría volver hacer vida un poco más normal, a la semana 20 me hicieron una ecografía muy completa y sabría el sexo del bebé. Fui muy emocionada queriendo conocerlo. Mientras me hacían la ecografía la chica que introducía los datos no entendía nada, pensaba que el programa no funcionaba, entró otra doctora y volvió a coger las medidas del feto, me dijo que mi placenta estaba muy mal, que el bebé era muy pequeño…y que el doctor me explicaría… Al salir con mi doctor me dijo que la cosa no iba muy bien y que me llamarían para derivarme con otro especialista, pero no me explicaron nada.
A medio camino, me llamaron del hospital para que volviese a la mañana siguiente. Fui al nuevo doctor, quien volvió a realizar la medición del bebé y me explicó lo que era la preeclampsia.
Me dijo que mi bebé estaba en un percentil inferior a 3 y que había desarrollado la PE de forma muy precoz y que mi situación era grave. Me aclaró que a mi bebé no le llegaba suficiente oxígeno y nutrientes, que no podía garantizarme que las cosas no fueran a salir mal y que me fuera mentalizando porque sólo podía ir a peor.
No puedo explicar el dolor y la incertidumbre que pasé las siguientes semanas. Contraté un seguro de decesos que me cubriera un posible enterramiento de mi bebé. No compré nada para él. No elegí nombre. Quería intentar evitar pensar en esas cosas tan felices que cualquier embarazada hace, para evitarme un sufrimiento mayor en caso de que el final fuera fatal.
También me explicó que en cualquier visita podrían ver sufrimiento fetal y entonces tendrían que interrumpir el embarazo, me dijo que si llegaba a la semana 26 ellos podrían intentar salvar al bebé.
Cada dos días tenía control en el hospital. En la semana 25 mi doctor me puso las dosis de esteroides para la maduración pulmonar, en la semana 26 después de otra visita me dijo que tenía la tensión muy alta y que no podía dejarme ir a casa porque podría pasarme algo y no llegar a tiempo… Me ingresaron en unas condiciones malísimas, estaba muy hinchada, las plaquetas estaban bajísimas y mis riñones ya no funcionaban del todo bien.
Cada mañana me despertaban y me preparaban para ir a quirófano, pero cuando me hacían la ecografía intentaban darle un día más a mi bebé, así estuve 2 semanas, cada día con varias dosis de cortisona, haciéndome analíticas por la mañana y por la tarde, acabé como un colador.
En la semana 28, después de la ecografía, la doctora vio que la situación de mi bebé había empeorado y que necesitaban hacer una cesárea. El 20 de agosto de 2019 nació mi bebe a las 28 semanas y con un peso de 670 gr y 30 cm. Al ver el color con el que había nacido y sin respirar pensé que había muerto, pero después de reanimarlo los pediatras me lo acercaron para darle un beso.
Hasta después de 2 días no pude ir a ver a mi bebé y puedo asegurar que me quedé en shock al verlo tan pequeño. Había bajado de peso, ¡no pesaba más de 500 gr! Era como la palma de mi mano. Después de varios sustos en la UCI neonatal y 3 meses, le dieron de alta a mi bebé.
Ha tenido y tiene, muchísimas visitas con diferentes especialistas pero hasta ahora está genial, de momento no tienen ninguna secuela y puedo asegurar que nunca imaginé que las cosas al final terminarían tan bien para mi y para mi bebé.
Estoy muy agradecida a Dios, a los médicos, enfermeras e incluso a la señora de la limpieza que me daba ánimos cada día mientras esperaba a mi bebé, a los pediatras y en general a todos los profesionales de Vall d’Hebron y sobretodo a la fuerza que tuvo mi bebé para salir adelante.
Mucho ánimo a todas las que puedan estar pasando por una situación parecida.