— Cuento mi experiencia a modo de katarsis —
Zaragoza 2016.
Yo tenía 32 años, sana, antigua deportista de élite, talla 36; cuidaba mi alimentación, nada de alimentos prohibidos; daba paseos de 3-4 km cada dia en llano, y.. ¡era hipotensa!
Mi embarazo fue súper genial, ganaba 1 kg al mes y me sentía muy bien, hasta que en la semana 32 me empecé a hinchar desmesuradamente. Fui al hospital y me dijeron que no había proteína en sangre y que me fuera a casa, que fuera a la matrona o al centro de salud a que me comprobaran la tensión.
La matrona, esa señora que no ví en todo el embarazo porque estaba muy ocupada con convenciones y mil excusas. La misma que, cuando la tuve delante, me dijo que fuera a la farmacia y me lo miraran allí, que estar hinchada era normal en el embarazo… porque en los embarazos parece que todo pasa por el paraguas de la normalidad.
A los 3 días, me desperté sin ojos de la hinchazón y mis manos eran morcillas. En el hospital me dijeron que me quitara la sal y que estuviera tranquila y a casa.
A los 2 días, iba por la calle y me empecé a sentir como agitada o nerviosa. Paré a pensar y llegué a la conclusión que no era nerviosismo. Entré en la farmacia por la que pasaba delante, y la tensión estaba ya por las nubes cuando yo era de 9 de máxima. Así que, como estaba al lado del hospital, fui a urgencias de maternidad con lo que llevaba puesto y con lo que salí 1 mes después.
Allí me dejaron en una habitación, por la que se iban pasando médicos y estudiantes. Yo era el caso de estudio, pero cada hora empeoraba. Al día siguiente, me llevaron a la sala de la ginecóloga, en silla de ruedas porque no podía ni andar, ni era consciente de mi alrededor. Decidieron que el parto sería vaginal en 24 horas, así que oxitocina y sulfato de magnesio, a partir del cual yo ya no recuerdo casi nada. ¿Con esas condiciones estaba preparada para el expulsivo de un parto? NO
Menos mal, que esa noche estaba mi madre conmigo y llamó al médico de guardia porque yo no debía respirar bien. Pruebas a las 3 de la mañana: edema de pulmón, de corazón, desprendimiento de pleura, no veía nada… directa al quirófano.
Allí, esperando a la operación, unas anestesistas me explican cosas, que como he cenado y como mi vida no corre peligro, hay que esperar 3 horas para la anestesia. Por fin viene el anestesista, al que le pido que se concentre por favor porque lo veía ligoteando y explicando el viaje que va a hacer en lugar de estar en lo que se está. Se pone a mi espalda y comienza a gritar: “¡Joder, la he cagado! que alguien venga a ayudarme". Yo pensando que si salía viva de esa noche sería paralítica…
La operación muy bien, mi hijita muy bien, 9 y 10 en apgar en la noche que pasábamos a las 34 semanas de embarazo. Luego, en reanimación, las enfermeras nerviosas poraue les tocaba irse a casa pero no podían si yo no movía un poco las piernas, y eso no pasó hasta 4 horas después. Sola, helada; solo escuchando que no era normal, que no pintaba bien; y por el suceso del anestesista, yo me temí lo peor.
A las 24 horas, tengo una hemorragia bestial, estaba cenando en la habitación y pensé que se me había salido el pis de la sonda pero no. Los celadores hicieron el récord mundial de velocidad por esos pasillos hasta el quirófano. En mi interior vi que podía ser mi última noche, me despedí de mi familia antes de entrar.
Con 4 vías en mis brazos, vinieron las anestesistas del dia anterior y me dijeron: “Firma aquí. Es una anestesia de riesgo porque, como te explicamos ayer has cenado, pero ahora tu vida sí corre peligro". También me dijeron que podía perder mi implante dental y que parecía que habían quedado restos de placenta. Yo sentía que ya no estaba en el mundo…
Me subieron a planta y estuve 2 días entre la vida y la muerte. Muchas vías, muchas bombas de medicamentos… Hasta que por fin, tomó el control de todo MEDICINA INTERNA y ya todo mejoró. Dos bolsas de sangre y un valium para dormir hicieron maravillas (llevaba 3 dias sin dormir).
Entre tanto, por mi habitación (que estaba sola sin más pacientes) se paseaban unos personajes religiosos que cada día me daban la extrema unción y que me pedían permiso para bautizar a mi hija que estaba en neonatos, por lo que pudiera pasar. Yo, atea, en ese momento les di mi bendición solo para que rezaran por nosotras, porque en esos momentos cualquier ayuda sería bien recibida, hasta yo misma juré a la Virgen que si me salvaba de aquella le llevaría ofrendas de todo tipo.
Cuando empecé a tener consciencia, me dí cuenta que no veía ni oía bien. Vinieron especialistas y me dijeron que con la presión tan alta había tenido infartos en algunos nervios.
A los 4 días de la cesárea y de la actuación del anestesista mochilero, llegaron las consecuencias. Al pinchar mal había salido el líquido de la columna y provocó un dolor indescriptible de cabeza, que solo lo amortiguaba permanecer completamente tumbada. Ni analgésicos ni medicinas calman ese dolor que es totalmente incapacitante.
Cada día venían a verme anestesistas para preguntarme qué tal estaba y poco más. Me explicaron que tendía a pasarse a los días, que tuviera paciencia y ánimo, pero que me recomendaban operarme de la espalda para mejorarlo. Les dije que ni hablar.
Dos semanas y medio en el hospital sin poder ver a mi hija más allá de los dos segundos que me la enseñaron en la cesárea.
Al día 26 o así, me sucedió lo más horrible que recuerdo de todo aquel episodio. Vino a verme una anestesista nueva, menos mal que no recuerdo su nombre, ni nunca lo he querido saber, por mi bien y por el suyo, porque le hubiera puesto una denuncia histórica.
Me dijo que me podía quedar allí indefinidamente para siempre, que si estaba allí sin ver a mi hija era por mi culpa, por no operarme de la espalda. Me dijo: “Ya sé que es muy doloroso, pero voy a probar algo diferente de mis compañeros". Me cogió de las manos y me sentó en la cama. Me desmayé del dolor.
Al día siguiente pude bajar a ver por fin a mi hija en una silla de ruedas y a los dos días nos dieron el alta a las dos a la vez.
Me fuí a casa con las pastillas de la tensión pautadas y con la indicación de que mi médico de cabecera lo controlara. 1 mes después, fui al doctor de cabecera porque tenía la tensión muy baja. El hombre me dijo que él no sabía manejar esa medicación que me fuera a urgencias. En urgencias, cinco horas esperando para que la doctora me dijera que siguiera con la medicación. Este fue el momento en el que decidí tomar las riendas de mi salud. Busqué a un médico internista que me quitó la medicación.
Seis meses después tuve una eco de corazón y salió bien. Me dieron el alta médica entonces. Seguí con revisiones de medicina interna, oido y vista dos años más.
Solo quiero que mi testimonio sirva para empoderar a las embarazadas a que luchen por sus derechos y para que se deje de catalogar como normal todo lo que atañe al embarazo. Con la primera sensación extraña, buscar a un médico de confianza, o mejor varios, porque hay mucha negligencia y quien paga somos nosotras y nuestros bebés.
Luchar para que os hagan una cesárea si creéis que es lo más conveniente y para que os atiendan con todas las garantías, durante el embarazo, parto y posparto. Un abrazo a todas, si estáis en este site es porque compartimos el trauma y el dolor.