— Recuerda que todo pasa —
Me llamo Lucía y hace 15 meses nació Pablo, mi hijo.
Me quedé embarazada con 26 años y como era una mujer joven y sana, todo apuntaba a que sería un embarazo sin complicaciones, por lo que a pesar de tener un familiar trabajando en el hospital de la Paz, decidí llevarme el embarazo en mi hospital de referencia, ya que me resultaba más cómodo ir allí.
Todo el embarazo transcurrió con total normalidad, aunque es cierto que en mi trabajo la situación era muy tensa y tuve ansiedad durante todo el embarazo.
En la semana 34, comencé a notar un fuerte dolor en la boca del estómago. Cuando fui al centro de salud (porque yo pensaba que era un cólico de gases) me derivaron al hospital porque, según me explicaron, podían ser contracciones y estar de parto de forma prematura. Recuerdo que me agobié muchísimo porque no tenía la bolsa del hospital preparada y esa era mi mayor preocupación en ese momento.
Cuando llegué al hospital, en el triaje me tomaron la tensión y la tenía bastante alta, pero como allí te toman la tensión mientras te hacen preguntas, no pensé que tuviera mucha importancia. Cuando me vio el ginecologo me dijo que en la ecografía todo estaba normal y que no se veían contracciones en los monitores, pero aún así, me dejaron en observación por la tensión alta, pero al ver que no había proteinuria en la orina y que la tensión se iba estabilizado al estar tumbada del lado izquierdo (cuando me sentaba se volvía a disparar), me mandaron para casa.
En la semana 37 fui a la revisión con la matrona del centro de salud y al pesarme, me dijo que había ganado muchísimo peso desde la última visita y yo le comenté que no estaba comiendo como para engordar tanto y además le dije que tenía los pies muy hinchados, tanto, que me dolía la piel. Su contestación fue: “es normal que te duelan los pies, porque tienes la piel a reventar de todo lo que has engordado. Necesitas parir ya. Intenta cerrar el piquito un poco y si tienes ganas, mantén relaciones para ver si te pones de parto”.
Me gustaría hacer un inciso, y decir, que desde que soy pequeña, tengo sobrepeso, y cuando me quedé embarazada, tenía kilos de más, así que creo que la matrona, lo que hizo fue tirar del recurso fácil, es decir, como siempre he estado por encima de mi peso, pensó que me estaba poniendo ciega a comer, en lugar de hacer caso a lo que le estaba diciendo y derivarme al hospital.
La semana siguiente, es decir, cuando estaba de 38 semanas, expulsé el tapón mucoso y empecé a tener contracciones irregulares, pero cuando llevaba un día con contracciones y viendo que no me encontraba muy bien, decidimos ir al hospital, y volvió a pasar lo mismo. Al llegar, me dicen que tengo la tensión alta, esta vez no me hacen análisis de orina, simplemente me explican que estoy dilatada de un centímetro y medio y que tengo el cuello del útero borrado a un 50%, pero me mandan para casa, porque se entiende, que como al tumbarme del lado izquierdo, la tensión se estabiliza, se trata de una subida de tensión emocional.
El día 22 de abril, estaba citada para ir a los monitores de la semana 40 y cuando llegué a la consulta, me dijeron que tenía la tensión muy alta, así que la ginecóloga (la única persona hasta el momento que parece darle importancia a mi tensión) me levantó el pantalón y al ver cómo tenía los tobillos de hinchados, me dijo que me iba a dejar un rato más en los monitores, porque estaba dilatada de casi 3 centímetros.
A mí nadie me quita de la cabeza que en el tacto, hizo alguna maniobra para que me pusiera de parto, porque a los cinco minutos, se fisuró la bolsa.
En ese momento, me dijeron que me dejaban ingresada y que debido a la tensión tal alta (200/100 aprox.) tenía que ser un parto de urgencias con oxitocina y epidural.
Aquí empieza lo bueno, porque la matrona se vio negra para poderme poner la vía de lo hinchada que estaba.
En cuanto al parto, he de decir que duró cinco horas y pese a todo, guardo un precioso recuerdo de ese momento. El niño nació pequeño para su edad gestacional. Pesó 2910 g y midió 48 cm, lo que denotó que durante el último mes el niño había dejado de crecer.
A la mañana siguiente comienza lo que para mí fue un calvario. No paraban de entrar y salir médicos, todos hablando de plaquetas. Me daban la información con cuentagotas y me hablaban como si yo ya supiera de qué iba la cosa, cuando en realidad no tenía ni la más mínima idea.
Me pusieron una sonda para la orina y me cogieron dos vías, una para ponerme una medicación que evita las convulsiones y la otra por si acaso. A las 24 horas de ponerme la sonda había hecho 8,5 litros de pis, no sabéis cuántas veces me acordé de aquello de cierra un poco el piquito…
Al principio me hacían análisis de sangre cada 8 horas, por lo que tres veces al día tenían que pincharme. Había cuatro enfermeras para buscarme una vena en la que poder pinchar. Estaba tan hinchada, que no eran capaces de sacar sangre, pinchaban y sólo salía líquido. Hasta 11 pinchazos me dieron. Con cada pinchazo me rompían una vena. Tenía los brazos negros y doloridos. Las enfermeras me miraban pidiéndome perdón con la mirada y yo les decía que no pasaba nada, que hicieran lo que fuera necesario para que me curara, aunque todavía no sabía de qué me tenía que curar.
Esa noche le pregunté a una enfermera qué me pasaba y si tenía leucemia, porque recuerdo que todo el rato escuchaba “las plaquetas esto, las plaquetas lo otro” y por experiencia familiar, relaciono las plaquetas con la leucemia, así que fue lo único que se me ocurrió. Ella no me podía dar información, porque la información la tienen que dar los médicos, pero en la planta no había ningún médico, así que tuve que suplicar que me dijeran de una vez qué me estaba pasando y de madrugada, subió una ginecóloga a soltar el bombazo: “Lucía, has tenido una preeclampsia grave y tenemos sospechas de que tienes síndrome de hellp. Tienes que guardar reposo absoluto y tenemos que controlarte las plaquetas porque tienes muy pocas y hay riesgo alto de hemorragia interna y hemorragia cerebral, por lo que en cualquier momento podemos necesitar llevarte a la UCI y hacerte y transfundirte plaquetas”.
Esa noche no quería dormir, me daba miedo cerrar los ojos y no volver a despertarme. Pasé toda la noche con la televisión encendida porque tenía la necesidad de tener la cabeza ocupada. Mi marido metió a mi hijo en la cama conmigo y pasamos la noche acurrucados y con mi marido en una silla al lado.
Tenía tanto miedo, sentía que nadie me entendía y recuerdo que buscaba información sobre el síndrome de hellp y sólo salían estudios para médicos, nada que yo pudiera comprender. Eché mucho en falta hablar con alguien que lo hubiera pasado y que me dijera, “tranquila, yo estuve igual y mírame ahora”. Es cierto que yo tuve la gran suerte de tener en mi familia a un médico y ella se informó sobre el tema y me fue explicando.
Afortunadamente a los dos días de empezar con el tratamiento de corticoides para el síndrome de hellp, las plaquetas empezaron a remontar y poco a poco fueron quitándome “cables”, primero la sonda, luego una vía, y por fin un día me dijeron: “Mami nos llevamos al bebé al baño, quieres acompañarlo?” Mi hijo tenía cuatro días y aún no lo había podido salir de la habitación así que me sentí la mujer más feliz del mundo.
Justo siete días después de haber ingresado, nos dieron el alta y me fui a casa con medicación para la tensión y hierro para la anemia.
Al día siguiente acudí a la matrona del centro de salud por indicación del ginecólogo y le expliqué todo lo que había pasado y ella sólo dijo “Ah, que has hecho un hellp?” después de tomarme la tensión y revisarme los puntos, me dijo que era muy probable que yo fuera a ser hipertensa de por vida. Después de todo lo que había pasado, que me dijera eso, me sentó como una pedrada en el ojo.
La realidad fue que a las pocas semanas la tensión se estabilizó y me retiraron la medicación por completo.
Aún a día de hoy estoy en seguimiento con el hematólogo porque en las analíticas de coagulación salían varios parámetros alterados que podían tener relación con complicaciones obstétricas, pero por fin la semana pasada me dijeron que parecía que había vuelto todo a la normalidad, así que solo hay que repetir la analítica en ocho meses.
Soy consciente de que dentro de la gravedad de lo que me pasó, soy una afortunada, porque mi hijo nació sano y yo no necesité ir a la UCI y se solucionó con medicación intravenosa, pero es cierto que el daño psicológico sigue ahí, y cuando me preguntan que para cuándo la parejita, se me revuelve el estómago.
Por otro lado, me gustaría decir a todas las personas que estén pasando por la misma situación que pasé yo, que no se queden calladas si creen que algo de lo que pasa en su embarazo no es normal, yo no fui al hospital y me conformé con lo que me dijo la matrona aunque no estaba conforme, si te tienes que quejar, hazlo, pero no te vayas a casa si no tienes una respuesta convincente.
Y para acabar, me gustaría agradecer la labor que se hace en este foro, porque realmente no había leído testimonios con los que me sintiera identificada, todo el mundo te dice que en su parto tuvo anemia o un desgarro, pero esto es otra cosa, vas más allá, por eso, he querido contar mi experiencia, porque cuando estuve en el hospital habría agradecido enormemente leer algo así, por eso, si lo estás leyendo y estás pasando por lo mismo que pasé yo, recuerda que todo pasa, las cosas buenas acaban y afortunadamente, las malas también.