— No estás sola —
Mi nombre es Giuliana. Con 27 años, un embarazo planificado con mi marido, con seguimiento médico y un estado óptimo de salud, iniciamos un viaje sin fin. Vómitos, mareos y más vómitos acompañaron el primer trimestre. Al cuarto mes sufrimos una amenaza de aborto por una infección urinaria y una infección vaginal, en simultáneo. Ahí suspendí mí asistencia al trabajo y me dediqué exclusivamente a cuidar de nuestro bebé. Todo marchaba bien.. pero los vómitos no cedían.
Durante esos meses no gané mucho peso porque lo poco que comía, lo devolvía. Ya, hacía el sexto mes los vómitos y náuseas se fueron. Mis estudios daban perfectos. Mi vida transcurría entre planes, paseos, decoración… Todo estaba muy bien, vivimos rodeados de amor y afectos.
Un 18 de julio fui a hacerme un control de rutina con mi obstetra. Mi madre me recomendó que le comentara lo que me estaba sucediendo… para que estuviera al tanto, sin ánimos de asustarme. Le conté al doctor que se me hinchaban mucho las manos, la cara, los pies y que no orinaba. Podía pasar 15 horas sin ir al baño, con 38 semanas de embarazo. No tenía ganas aunque consumía agua, muchas frutas y verduras. El doctor de inmediato me pesó. Del último control, 2 semanas atrás, a éste, había aumentado 6 kilos. 6 kilos en 2 semanas sin incrementar alimentos, caminando 30 cuadras por día, mínimo. Me pidió un examen de orina completo. Y apenas tuviera los resultados debía llevarlos. El viernes recolecté orina de 24 hs. Llevamos la muestra con mi esposo el sábado 20, y para el domingo a la medianoche estaban los resultados.
Hice lo peor… Entré a Google y busqué qué surgía para los valores que plasmaban mi estudio: Preeclampsia, muerte fetal, fallo de órganos, muerte materna. Todo era malo. Todo era aterrador. Entre llanto se lo expliqué como pude a mi marido. Él intentó calmarme pero podía notar en sus ojos la preocupación. De inmediato avisamos al doctor. Nos recibió a primera hora y me explicó que sí, tenía preeclampsia. Y nuestro hijo debía nacer cuánto antes para preservar la salud de ambos.
Ese lunes no me lo olvido más. Mi madre estaba abajo. Mi madre oía a su propia bebé sufrir. Sufrir como no había sucedido antes. El dolor de mi pecho fue terrible. Sentía tanta culpa. Preguntaba.. ¿Qué hice mal? Me alimenté como, en teoría, se debía.. respeté cada pauta, realicé los cursos preparto, me instruí sobre lactancia, hice talleres… Hice todo lo que creí saludable. Pero no era suficiente. Mi bebé estaba en peligro.. no lo pude cuidar como debía. O eso pensaba.. Mi doctor me cogió de la cara, me miró fijo y me dijo… Está bien que llores, llorá. Acá estoy. No hiciste nada malo, no hiciste nada que lastimara a tu bebé. Hiciste todo bien, haces todo bien. Pero estas cosas pasan. Y acá estamos para que los dos sigan bien. Él me alivió, fue como un papá..y yo una nena chiquita nuevamente. Pero confíe en sus palabras. Respetó mi decisión de llevar un parto vaginal.. inducido, claro.
El miércoles 24 nos ingresaron. El doctor me puso como tope las 18:00 hs. Si no dilataba lo suficiente, íbamos a ir a cesárea. Pasamos todo el día con mi esposo. Él sufría al verme y sentirme… Yo sonreía con cada contracción, porque sentía que el nacimiento se acercaba. Pero no se pudo. A las 18 entramos al quirófano. El doctor se aseguró de que comprendiera lo que estaba sucediendo y por qué. Accedí. Lo único que quería era ver a mi bebé sano. A las 18:24 lo vi. Vi el amor hecho ser humano. Vi la maravilla más preciosa de mi vida. Al retirarse del quirófano, en un momento escuché que el doctor y el personal médico se desesperaba. Podía escuchar succión. No sabían de dónde salía tanta sangre. Escuchaba el instrumental. Sentía que me desvanecía. Quería gritar el nombre de mi hijo y no podía. No quería cerrar los ojos, lo único que quería era verlo a él, a mi pequeño.
Pasó un rato. No sé bien cuánto tiempo y me reencontré primero con mis papás, mis hermanos… al ratito me lo trajeron a él. Puedo recordar la emoción que sentí, cómo buscaba el pecho de su mamá.
Los días posteriores fueron difíciles. Pasé por depresión postparto. Y ahí, otra vez, mi madre y mi doctor fueron quienes la detectaron. La culpa de no haber tenido parto vaginal, la culpa de no poder moverme cómo quería por la herida de la cesárea, la culpa por ser una mamá de revista… Culpa, culpa, culpa.
En mi caso era yo quien no quería recibir ayuda, aún teniendo un entorno hermoso y que nos cuidaba como si fuéramos su tesoro. Y así, con esas piedras en el camino, salimos adelante.
Hoy encontré este blog y me sentí acompañada.
Creo que poder hablar de ello es parte de la sanación y agradezco tanto la generosidad de darme el espacio para abrir mi corazón.
No estás sola. Yo tampoco lo estoy. Estamos y estaremos juntas en esto.