— No todos los finales de la preeclamsia tienen un desenlace fatal —
Me llamo Carolina y el año pasado quedé embarazada de mi primer hijo. Tenía 42 años entonces.
El embarazo iba fenomenal pero por ser mamá pasados los 40 llevaba un control muy estricto. Iba cada 15 días a ver al ginecólogo y me tomaba la tensión a diario (recomendado por el ginecólogo).
Yo no tengo antecedentes de hipertensión, ni la he tenido nunca. Soy una persona deportista y he llevado una vida sana siempre.
Cuando cumplí las 31 semanas de embarazo empecé a hincharme mucho y como veníamos de las navidades mi ginecólogo lo achacó a que me había pasado comiendo, pese a que le dije muchas veces que no, que comía muy sano por el bien de mi hija (era una nena) y que no picaba entre horas. No me hicieron mucho caso y yo veía como mis piernas se hinchaban cada vez más. No servía de nada dormir con los pies en alto y si los levantaba mucho se mi hinchaba la cara, pero ningún médico se dio cuenta que era el principio de mi preeclampsia.
Cuando cumplí 33 semanas más 6 días (eso fue el 8 de febrero de 2019), justo al despertarme me tomé la tensión (yo nunca notaba nada ni me encontraba mal ya que como decía, al principio mi embarazo fue estupendo y sin molestia ninguna) tenía 18/14 y me sorprendió muchísimo porque yo más bien soy de tensión baja. Me tomé la tensión 3 veces y al ver que no variaba me fui al hospital de urgencias porque no era normal. Una vez allí empezó la pesadilla.
Justo al entrar la ginecóloga de urgencia me dijo que la cosa pintaba mal, que si sabía lo que era la preeclampsia. Parece ser que todo el mundo la conocía menos yo. Le dije que no y empezó a explicarme. Llamó a mi ginecólogo y me hospitalizaron para ver qué hacían. Había dos opciones: esperar intentando controlarme la tensión o practicarme una cesárea de urgencias. Hablé con mi ginecólogo y por decisión propia quise esperar unos días. Yo sabía que iría todo bien, nunca tuve miedo, pero pensé que mi hija era todavía muy inmadura y que un día más era un 10% más de posibilidades de que ella no tuviera problemas.
Junto con mi ginecólogo estuvo un nefrólogo que me iba controlando la medicación para la tensión pero no me hacía absolutamente nada. Mis analíticas iban siendo peores día a día y mi tensión no bajaba. Durante una semana me hicieron analíticas todos los días y ecografías para ver la evolución de mi hija. La nena estaba perfecta y mientras ella estuviera bien yo me armé de valor y fuerzas para aguantar y que ella estuviera lo más “acabada" posible.
El día fatídico fue el viernes siguiente a mi ingreso, el viernes 15 de febrero, cuando ginecólogo y nefrólogo hablaron conmigo para decirme que había llegado el momento en el que yo estaba a punto de entrar en un colapso general, y que debía autorizar la cesárea. Seguí los consejos médicos. Sabía que iba a ir todo bien y esta “anécdota" quedaría en eso, una mera anécdota.
Previo a entrar en quirófano tuvieron que prepararme con goteros porque mis analíticas salían muy mal.
Y por fin, llegó el momento en el que iba a terminar esta pesadilla. El sábado 16 de febrero a las 12: 00 entré en quirófano. Como decía antes jamás tuve miedo ni si quiera en ese mismo instante. Quizá sí tuve un poco de pena porque sabía que mi hija según naciese se la llevarían a la UCI de neonatos por bajo peso.
A las 12:55 nació mi hija CLAUDIA, una bebé preciosa, muy pequeñita pero totalmente formada y sin ninguna complicación. Pesó 2,020 kg y sólo pude verle la carita y escuchar un pequeño llanto que parecía un gatito. Me la enseñaron y rápidamente por precaución se la llevaron a la UCI. Fue entonces cuando pensé que todo había terminado, pero no sabía lo que me quedaba todavía.
Salí de quirófano con una sensación agridulce. Claudia me había convertido en mamá, pero yo no tenía a mi hija en brazos y no podría verla hasta el día siguiente. Me subieron a la habitación y me dieron mucha medicación porque, debido al líquido retenido, la epidural no me hizo el efecto que debería y todo se despertó al poquito tiempo de practicarme la cesárea. Por un error médico no me pusieron tampoco analgésicos así que sobre las 16 de la tarde pensaba que me moría del dolor.
Me lo solucionó una enfermera a la que recuerdo con mucho cariño y pude descansar un poco.
¡Al día siguiente era el gran día! Iba a conocer y coger por primera vez a mi hija. Me desperté y mi marido me ayudó con una silla de ruedas y bajé a verla. Yo seguía hinchada como el muñeco de michelín. No adelgacé ni un sólo kilo en el parto / cesárea y eso me extrañó, pero como era el domingo, el día de conocer a mi hija, no presté atención.
Al bajar a la UCI todas las enfermeras sabían que yo era la chica de la preeclampsia y se sorprendieron de cómo estaba después de dar a luz.
Cogí a mi hija en brazos y puedo asegurar que pese a todo lo mal que lo había pasado durante esa semana previa al parto, fue la sensación más maravillosa del mundo. ¡Ella estaba perfecta! Lo único que pesaba poquito. Llegó a quedarse en 1.710 kg. Realmente era como un conejito muy pequeño pero preciosa.
Yo estuve hospitalizada durante 26 días y mi hija en neonatos en la UCI esperando a que engordara.
Finalmente, tras mucha pelea, con 13 kilos menos que me quitaron con una medicación para la retención de líquidos y con medicación para la tensión, me dieron el alta (mi tensión seguía alta y después del parto no se reguló) y el nefrólogo me indicó que debía medicarme hasta que la tensión se regulara. MI hija salió con 2.100 kg de la UCI el día 4 de marzo y me la llevé a casa con una ilusión tremenda y un sentimiento de responsabilidad bestial porque sabía que debía engordarla para que no tuviera problemas.
Pasó el tiempo, Claudia estaba perfecta, engordaba 400 gramos semanales pero yo seguía con tensión alta, con mi medicación y los controles del nefrólogo. De pronto pasó lo que esperaba durante muchas semanas. La tensión empezó a regularse y las analíticas comenzaron a mejorar. El 15 de mayo de 2019 mi nefrólogo me dio el alta porque me había recuperado por completo y sin secuelas.
A día de hoy, Claudia pesa ya 9 kilos y sigue perfecta, de hecho, siendo la más pequeña de la clase y habiendo sido prematura es la más espabilada. Su prematuridad ya no se nota (evidentemente porque sólo era peso). Yo recuperé mi “cuerpo" y pude adelgazar. Ahora me siento fenomenal y no he vuelto a tener problemas de tensión.
Espero que esta historia la lean muchas mamis con este problema para animarlas. Es cierto que es una enfermedad seria del embarazo y que hay que tomársela muy en serio, pero también es cierto que no todos los finales de la preeclamsia son negativos. En mi caso fue un camino duro, pero desde luego con un final super feliz.
Mucha fuerza para todas las que lo estéis pasando o lo hayáis pasado.