— Tras un final triste, esperando de nuevo volver a quedarme embarazada —
Me llamo Diana, tengo 22 años y los últimos 8 días de este 2020 para mí han sido los más difíciles de mi vida.
El día 4 de enero en la revisión con mi ginecóloga se me detectó una presión arterial de 196/80, algo gravísimo. Me envió de urgencias a un hospital en la capital de mi municipio.
Me trasladaron en ambulancia con sueros y muchos vómitos, llanto y tristeza, a pesar de que mi bebé estaba bien y apenas me iba enterando que era una hermosa niña que tenía 26 semanas.
Llegué al hospital y mi presión no bajaba. Me ingresaron y nunca me imaginé pasar 7 largos días ahí con muchos sueros, sondas, análisis de sangre, orina, etc. Mi caso era preeclamsia severa. Mi embarazo tenía que ser interrumpido o me vería más perjudicada yo.
El miércoles 8 mi esposo y yo tomamos la decisión de que me hicieran cesárea. Mi bebé tenía pocas probabilidades pero mi fe era tan gigante que pensaba que mi muñeca resistiría aunque fuera en incubadora. Desperté, todo salió bien, por la cesárea estaba algo dolorida y aun con muchos sueros pero feliz porque mi niña estaba luchando por su vida igual que yo.
Así pasaron 2 días, su papá estaba emocionado y llegaba a sus visitas a la UCIN a pesar de lo cansado que estaba porque tenía que quedarse a dormir en el suelo él, mi madre y otros familiares, ya que por las normas los familiares se quedaban afuera.
Todos rezaban por nosotras con mucha fe y yo solo pedía que pronto pasaran los días para verla, y así fue. El día 10 de enero la conocí y estaba tan frágil que me sentí derrotada y culpable de mi fe viendo que mi niña se veía muy mal pero no dije nada, me lo guarde en mi corazón y oré. Mi esposo pasó a verla más tarde y regresó a casa a descansar.
El día 11 de enero, a las 5 de la mañana, mi esposo le escribe a mi mamá para que pasara a hablar con la pediatra en la UCIN. En lo que él llegaba, que era 1 hora más o menos, ella fue y cuando regresó el semblante de su cara era de mucha tristeza. Mi corazón de madre sabía que algo estaba mal y le supliqué a mi esposo que me lo dijera.
Mi niña había fallecido por complicaciones en su sistema respiratorio. Sentí morirme, mi corazón se hacía pedazos al igual que mi fe y ganas de vivir. No me importo más mi salud, quería regresar a casa y vivir mi duelo, y así fue.
Regresé a casa, velé a mi muñeca y la sepulté el día 12 de enero. Fue lo más duro de la vida pero Dios llenó mi corazón y se la entregué con todo mi dolor.
Lo que viví no se lo deseo a nadie. Aún estoy muy hinchada y mañana vuelvo al doctor para terminar de tratarme y a esperar 3 largos años para reintentar un embarazo.