— ¡No pensaba que me podía pasar! —
Hola mi nombre es Yasmín , una chica normal que a los 17 años tuvo su primer bebé sin complicaciones de nada y con un parto normal en el 2017.
Después de dos años tomé la decisión con mi pareja de tener otro bebé pero con la experiencia anterior nada me alarmaba de lo difícil que era traer un hijo al mundo.
En enero de 2020 me quedé embarazada. Todo iba muy bien, solo algunos parámetros de laboratorio alterados pero muy poco. La doctora y algunos médicos me decían que estaban normal y otros sí me decían que tuviera cuidado pero que todo estaba bien.
A pesar de que fue un embarazo planeado empecé a sufrir mucho estrés por razones económicas y porque mi otro bebé tuvo una convulsión en marzo por fiebre, pero gracias a Dios nos lo devolvió sanito en la pandemia ( COVID 19 ).
El 19 de agosto, mi ginecólogo me encontró la tensión alta y con 31.4 semanas de gestación me remitió a urgencias. Según decía en los documentos por síntomas de preeclampsia, aunque él no me lo explico. Cuando llegué a la clínica me hicieron revisiones y exámenes pero salieron bien. Entonces me enviaron para la casa y me dijeron que debía tomar la tensión tres veces por semana pero no me dieron medicamentos para controlarla.
Hice caso y la tomaba constantemente, pero siempre salía elevada. El día 27 de agosto tenía control y la doctora revisó mi tensión y era alta pero esperó dos horas y como bajó un poco no me remitió ni me hicieron revisión.
Entonces me fui a casa ya con los pies hinchados, cansancio y a veces dolor de cabeza.
El día 19 de septiembre tenía cita nuevamente con mi ginecólogo y revisó mi tensión que salió alta y la analítica de rutina normal estaba muy alterada. Él se enojó porque no había tomado la levotiroxina que me había enviado pero la doctora del control del 27 de agosto dijo que no la necesitaba y entonces le hice caso.
Ese día me envió a la clínica a que me hicieran una revisión pero allí mismo no me la hicieron porque no contaban con todos los equipos necesarios si algo se complicaba. Entonces me dijeron que fuera de nuevo a la clínica que había ido el mes anterior.
Cuando ingresé se demoraron un rato en atenderme. Después me hicieron la revisión que mostraba que mi bebé tenía taquicardia por mi tensión arterial alta, así que me pasaron rápido con el ginecólogo de turno quien me pregunto qué síntomas tenía y le dije que cansancio, dolor de cabeza, pies y manos hinchados. Me hizo un tacto y una ecografía que mostraba que tenía preeclampsia y quedaba poco líquido de mi bebé.
Se sentó en la mesa y me dijo lo que pasaba y que esa misma noche tendrían que hacerme cesárea de emergencia, a lo que yo le temía demasiado. Después de la cirugía nació mi bebé de 36.2 pesando 2.500 gr, por lo que tuvieron que llevarle a UCI y dejarlo 11 días por complicación respiratoria pasajera. Gracias a Dios no tuvo más complicaciones y por otro lado, a mí me dejaron una semana hospitalizada por la tensión alta que no bajaba y alguna analítica que había salido mal por daño en los riñones. Pero mi dolor más grande era saber que mi bebe estaba en UCI y no lo podía ver por la crisis del COVID y mi estado de salud. Cuando estuve mejor podía ir a verlo y darle el pecho, pero pocas veces porque mi dolor de cabeza era intenso.
Salí a los siete días preguntándome por qué a mí que esperaba mi hijo con amor, pero hoy entiendo que es algo que le puede pasar a cualquier mujer y que no debería pasar porque se sufre mucho.
Gracias a Dios, por fin llevé a mi bebé a casa sano y fuerte. Ya tiene dos meses y esta grande y hermoso, se parece a su hermano y estoy feliz y orgullosa de mi dos amores. Esa es mi historia y me atreví a contarla porque es algo que marcó mi vida pero con un final feliz.